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Este pasado domingo se ha celebrado el Maraton de Espadan, con un recorrido modificado en la que la bajada al Pico Espadán se hace por una senda bastante peligrosa y no por pista como en ediciones pasadas, endureciendo aún más el ya de por si complicado perfil de la prueba.

A las 9h de la mañana comenzábamos nuestra aventura y pronto empezarían los problemas para mí. Aún no habíamos llegado al primer avituallamiento y ya estaba un poco mareado y con las piernas muy cargadas. El ritmo no era ni mucho menos alto, pero no me encontraba bien. Probablemente una mezcla de nervios y calor que hizo que no disfrutara mucho de los primeros kilómetros. Cuando pasamos el primer puesto de avituallamiento, recargamos isotónico y plátano y poco a poco la sensación de mareo desapareció, aunque las piernas seguían muy cargadas y eso sí que fue a peor durante toda la carrera.
La primera dificultad es la subida a Rascaña, con casi 3kms de ascensión y desniveles puntuales de hasta el 25%. Demasiado castigo para empezar un maratón con malas sensaciones. Las piernas cada vez eran más pesadas y las zancadas tan cortas que apenas avanzábamos un metro con dos pasos. Superada esta ascensión, vuelta a la normalidad… a proveerse en el avituallamiento del km11, y a por la segunda subida.
La subida del Bellido son otros 3,5kms de ascensión superando más de 350m de desnivel. Las cuestas eran tan empinadas que si antes tenía dolor de piernas, ahora no sabría calificar aquello que sentí. Vicente fue en todo momento por delante con fuerza, y esperándome cada 200m. Cuando apenas había empezado la subida, ví el cartel del Km12. Si aquella primera cuesta me había liquidado las piernas y el corazón iba al límite, la cabeza se me vino abajo al pensar que quedaban 30 kms por delante. Llevábamos poco más de hora y media de carrera y fue el primer momento en que pensé que tendría que retirarme. Lo pensé varias veces a lo largo de la carrera y cada vez que la senda picaba para arriba iba convenciéndome para que llegado el momento, si tenía que parar, no fuera tan traumático. Imaginé que Vicente estaba pasándolo mal también, así que me callé para no darle ideas…
Mientras, Vicente seguía marcando el ritmo y tirando de mí. La verdad es que comparado con cómo iba yo, él subía como una gacela. Pasaban los kilómetros, superamos el Bellido con más pena que gloria y nos acercábamos al Espadán. Ahora tocaba bajar. No era el día de hacer el loco, pero afrontamos la bajada al Barranco Malo por una senda preciosa que nos resguardaba del sol y fuimos superando corredores. Por el Barranco de Aguas Negras comenzamos las primeras cuestas de la ascensión al Espadán. Sin un metro llano, cambiamos la zancada y para arriba con la esperanza de encontrar un avituallamiento cerca.
Así fue, en el km 21 paramos, bebimos, comimos y nos armamos de valor. Habiamos empleado 3h15’ en llegar allí y necesitábamos descansar al menos 5 minutos, sacarnos las piedras de las zapatillas, y echarnos unas risas para quitarle hierro al asunto. Sin pensarlo dos veces, cogimos la senda cuesta arriba.
Subir los dos kms que hay desde el avituallamiento hasta el Pico nos costaron 45 minutos. Creo que con ese dato es bastante descriptivo de la dureza de la ascensión. Corredores por delante de nosotros paraban a tomar aire y estando ellos parados y nosotros subiendo no éramos capaces de alcanzarlos. Algunos se tiraban al suelo a estirar, otros iban dando gritos de ánimo para que nadie se sintiera solo. Era una imagen dantesca: la senda llena de corredores incapaces de correr… Poco antes de llegar a la cima, la senda se suaviza bastante y cuando coronamos no pudimos resistir la tentación de fotografiarnos arriba como si hubiéramos alcanzado la cima del Everest. Las vistas son increíbles desde allá arriba. Habíamos llegado al km23 en 4h05’ y nos quedaba otra media maratón que en teoría debía ser más cómoda, pero que no fue así.

La bajada era una novedad de este año por una senda bastante técnica y peligrosa. De hecho, varios corredores cayeron haciéndose mucho daño y ha sido una de las quejas más habituales en los “foros” post-carrera. El caso es que se hace complicado bajar, no se avanza tan deprisa como uno espera y sobretodo, las piernas no recuperan absolutamente nada durante kilómetros y kilómetros de bajada.
Kilómetros que iban pasando poco a poco y que nos mermaban tanto la cabeza como las piernas y por primera vez: los pies. Tanto Vicente como yo empezamos a notar que nos escocían una barbaridad. Cada paso que dábamos (fuera corriendo o andando) era un suplicio. Las horas pasaban como si nada… y cuando alcanzamos el avituallamiento de Almedijar en el km.32 Vicente tuvo que parar a que le miraran los pies en la ambulancia. De momento no tenía nada (aún), y poco pudo hacer la enfermera en aplacar su sufrimiento. Era una pena, porque al menos él iba como una moto… dentro de lo cabía en esa situación. Yo estaba empezando a recuperarme. Descubrí que es cierto aquello que había leído de que cuando llevas muchas horas, hasta el dolor es relativo y lo que antes parecía un infierno ya no lo es tanto. Es increíble cómo el cuerpo se amolda a las circunstancias y una vez decides no hacer ni caso a sus señales… el propio cuerpo deja de enviarlas y te toma como un caso perdido.
Fue la ultima vez que alguno de nosotros pensó en la retirada. Llevábamos 6 horas clavaditas de reloj. Descansamos, nos quitamos de nuevo las piedras, comimos, bebimos (yo isotónico y el figura un gran chupito de mistela), y tiramos para adelante sabiendo que ahora si, la acabábamos seguro.
Los últimos 10kms del maratón son bastante llevaderos. Excepto un par de repechos que ya no nos hicieron ni daño. El cansancio ya empezaba a hacer mella y el tiempo en meta dejó de ser importante para ninguno de los dos. Nos lo tomamos con mucha calma, porque ya habíamos sufrido lo que nos tocaba.
Al llegar a meta marcamos 7h30’ y justo cuando estaba a punto de salirme la lagrimilla de emoción, vino a felicitarnos Alicia y unos amigos que ya nos daban por “hombres muertos”. Por fin se acababa el martirio, y aunque parezca mentira… repetiríamos mañana mismo.

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